Los caballeros más casposos del reinado I

Seguro que os enterasteis en su momento: lo habéis leído, lo han comentado a la hora de comer en el curro, por medio de tuiteos y retuiteos os han puesto al día de la que se ha liado porque don Javier Marías ha decidido, en una columna de las más mediocres que se recuerda, hacernos saber que Gloria Fuertes no le parece una autora digna de recibir, con motivo del aniversario de su nacimiento, los honores que los medios le están prodigando. Después de una lectura atenta del artículo, en las que el antaño famoso escritor calla mucho más de lo que raja, me quedo con la intriga de no saber sus razones para desdeñarla. La autoridad es como la fe, ni se cuestiona ni se plantea: se acata. Y está claro que este señor se considera a sí mismo autoridad y a sus lectores, tontos del nabo.

Y aquí es donde comienzan los problemas. Comprendo que ni Gloria Fuertes, ni Houllebecq, Corín Tellado o Gerardo Diego tienen por qué gustarle a todo el mundo, entiendo (cuando me lo explican) que, para ciertos amantes de la poesía gongorina, ni Nicanor Parra, ni Oliverio Girondo ni Gloria Fuertes son modelos a imitar ni lecturas para su tiempo de ocio. Lo que me enerva de las palabras de Marías, en cambio, es la arrogancia, la ausencia de motivos, la arbitrariedad de esa lista de recomendaciones final, que es del todo criminal, por las maneras de incluir excluyendo que ejerce, el facilonismo en la selección y su sello de garantía final, «Lean, por caridad, a las que he enumerado antes: con ellas, yo creo, no hay temor a la decepción.», que da más risa que pena por pueril, por el inciso entre comas incluido a última hora, por el tono rancio, paternalista y condescendiente, por esa indignación atávica que arrastran señores como este y el señor Cruz, adlátere de todos los caballeros de la Transición, que acompaña a El País casi desde su fundación y que no ha hecho más que lustrarle el ojete a Cebrián, a la par que hacer oídos sordos a sus vergüenzas, con el solo fin de llenar sus alforjas (sí señor, yo también puedo ser castiza y cipotuda, faltaba más).

Lo sorprendente es que, en previsión de la que se iba a liar, Juan Cruz, sempiterno en todas las presentaciones de libros del grupo de su amo, devorador de canapés en los convites posteriores y dormidor de audiencias inveterado, decidió salir en ayuda de su compañero de aventuras pseudocaballerescas durante los tiempos de la, esta sí, intocable Transición. Henchido de espíritu solidario, no dudó en apelar a la libertad de expresión, a la categoría de agitador que le atribuye al casposo Marías, sin mencionar (y aquí copio, casi de manera literal, el argumento que, indignada, me envío mi amiga Eva) la falta de criterio de autores que, como Camilo José Cela, Luis Alberto de Cuenca o Luis Edmundo de Ory (conocidas feminazis como todo el mundo sabe), en su momento, cometieron la insensatez de ensalzar las cualidades de poeta de Gloria Fuertes.

Los caballeros más casposos del reinado siguen cabalgando por la piel de toro y lo peor es que algunos de ellos (no os dejéis engañar por su aparente juventud) no lo parecen. Ándate con ojo que son muy malajes.

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